Juegos nocivos
Un juzgado de Torremolinos (Málaga) ha dictado sentencia por la que decide retirar la custodia de un hijo a su madre y se la otorga al padre. Considera que la madre ha venido induciendo al hijo a no querer contacto con su progenitor y a posicionarle en su contra. Además, y dada la gravedad del caso, ha prohibido las visitas a su hijo. No se trata de un caso aislado. De las más de 90.000 parejas que se separan cada año, son muchos los casos en los que uno de los padres manipula a sus hijos en contra del otro. Una conducta que provoca grandes trastornos a los hijos durante su vida y que, en muchos casos, provoca en el hijo el Síndrome de Alineación Parental (SAP). Un síndrome que, según los psiquiatras, se da en distintos grados en un tercio de las parejas que se separan y que es actuado normalmente por aquel de los padres que conserva la custodia del hijo. No le resulta difícil provocarlo.
El niño, por su propia condición, se encuentra en una posición de debilidad; se siente protegido por uno de sus padres, aquel bajo cuya custodia queda, por lo que si éste le facilita información indeseable del otro progenitor es fácilmente vulnerable. En principio puede que rechace esta información pero termina aceptándola. La gravedad de estas situaciones no hay que expresarla. Se comprende sola. De ahí la necesidad, cada vez mayor, de una especial atención por los juzgados para cuidar a los menores que se encuentran en medio de un conflicto y para que no se conviertan en instrumentos de venganza de uno u otro.
Y en este sentido todos tenemos que tener claro, y especialmente los padres así como las instituciones que deben resolver, que a los hijos, con motivo de la separación o divorcio de sus padres, no sólo no se les puede obligar a olvidar sus afectos sino que, precisamente, por estas circunstancias, hay que extremar y fomentar sus afectos. Hay que impedir que caigan en lo que se llama conflicto de lealtades y que se manifiesta, unas veces, inhibiéndose e intentando separarse de ambos padres y, en otras, haciendo como si uno de ellos no hubiera existido. Una realidad que arroja otra, cuál es la de intentar ignorar su infancia, trasladando esta parte de su vida y sustituyéndola, como en una especie de juego infernal, por la que viven en centros y puntos de encuentro. Atrás le quedan, por la sola venganza, sus vivencias en campos de fútbol, excursiones, cines y tantas cosas compartidas con sus padres. No las hablan por temor a ser castigados. Se les obliga, pues, a perder su infancia cuando no a tomar partido en contra de uno de sus padres. Es la utilización perversa de los derechos de patria potestad de los padres que los transforman hasta el punto de usarlos en su interés aunque esta utilización provoque en sus hijos enfermedades sicológicas muy graves. Sería conveniente pues, que en estos casos, los jueces empiecen a detectar estos problemas en origen para intentar restablecer el equilibrio en la relación paterno filial.
Y podría ayudar el hecho de que los resultados dañinos para la salud no se generan en un solo día, sino que son el resultado de conductas mantenidas en el tiempo, por lo que los mecanismos de control pueden detectarlos antes de que se ocasionen los daños. La presencia de gabinetes sicológicos de familia; la existencia de denuncias por no cumplir el régimen de visitas e incluso denuncias, en muchas ocasiones falsas o con datos «hinchados», que terminan en sentencias absolutorias pueden ser indicios que adviertan de que se están desarrollando conductas que buscan el odio y la venganza de un padre contra el otro, por medio de los hijos. En estos casos, en los que las facultades que conforman la patria potestad se ejercen en el propio interés, y se olvidan los intereses de asistencia y protección del hijo, podrían servir de base para actuar preventivamente. Lo contrario; dejar para cuando se produzca el daño a la salud, las medidas de corrección para restablecer el equilibrio en las relaciones paterno filiales, sólo puede generar que la impunidad en el ejercido perverso de la patria potestad se pueda seguir extendiendo, y que el odio y la venganza destruyan una infancia que se vivió con naturalidad y cariño.
EUGENIO S. PALOMARES
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