O conmigo o contra mí

Una guerra brutal con los hijos como municiones. El síndrome de alienación parental describe el proceso por el cual, tras la separación, uno de los progenitores pone a los vástagos comunes en contra del otro. Una realidad cotidiana en las consultas de psiquiatría infantil que coloca a los niños en un conflicto de lealtades.Una guerra brutal con los hijos como municiones. El síndrome de alienación parental describe el proceso por el cual, tras la separación, uno de los progenitores pone a los vástagos comunes en contra del otro. Una realidad cotidiana en las consultas de psiquiatría infantil que coloca a los niños en un conflicto de lealtades.
-“Los niños son un objeto que arrojarse. Cuando ya nada queda que lanzarse a la cabeza, siempre están ellos (…) y son reclutados por uno de los progenitores como parte del bagaje que usará contra el otro”. Ésta es la escalofriante definición que hace el psicólogo clínico y forense José Manuel Aguilar en su libro SAP, síndrome de alienación parental y también, desafortunadamente, el día a día de muchas consultas de psiquiatría infantil. “Es mucho más frecuente de lo que parece”, asegura el psiquiatra infantil Ignacio Avellanosa, que cuando encontró un artículo sobre el tema en una revista canadiense de psiquiatría se dijo: “Pero si esto es lo que yo veo todos los días”.

Esta guerra brutal con los hijos como municiones suele desatarse tras un divorcio y, según la literatura científica, se hace más cruenta cuando una de las partes rehace su vida sentimental. Según el profesor de psiquiatría clínica de la Universidad de Columbia Richard Gardner, quien acuñó el término en 1985, el síndrome de alienación parental comienza con “una campaña de difamación contra uno de los padres por parte del hijo, campaña que no tiene justificación. El fenómeno resulta de la combinación del sistemático adoctrinamiento (lavado de cerebro) de uno de los padres y de las propias contribuciones del niño dirigidas a la denigración del progenitor objetivo de esta campaña”. Avellanosa lo ilustra de este modo: “Le he encargado a un niño en la consulta un dibujo de sus padres y ha dibujado un ángel y un demonio”. Así de contundente y de esquemático. Según todos los expertos consultados, la alienación suele ejercerla el progenitor que tiene la custodia y pasa más tiempo con los hijos, eso explica que en España las alienadoras sean, por lo general, las madres.

Teorías graníticas. “A veces es imposible razonar con los chicos alienados”, asegura Avellanosa. Llegan con un discurso aprendido y están dispuestos a repetirlo hasta el final. Gardner cuenta en su libro cómo intentó desmontar la teoría de un chaval que decía que su padre nunca había querido verlo tras el divorcio. El psiquiatra le sacó un sobre con más de 30 burofaxes rechazados por su madre en los que el padre intentaba varias fórmulas para estar con él. Entonces el chico argumentó que su progenitor sólo lo hacía para “quedar como buen padre”. Gardner le leyó uno de esos documentos en los que el progenitor le rogaba a la madre que lo dejara hablar por teléfono con el niño el día de su cumpleaños, entonces el chaval contestó que su madre siempre había hecho lo que era mejor para él. Ignacio Avellanosa cuenta que si el juez ha decidido que el niño esté con su padre los fines de semana alternos y la mitad de las vacaciones, es típico en los casos de alienación que la madre empiece con las críticas sistemáticas porque el niño, cada vez que viene de estar con el padre, tiene la ropa sucia, no ha hecho los deberes o le duele el estómago. “Son cosas que parecen poco importantes, pero que van convirtiéndose en una acusación permanente. En la consulta, si está la madre delante, el niño da como bueno este discurso; luego, cuando te quedas a solas con él, le preguntas: ‘¿Te gusta ir con tu padre?’, y dice que sí, pero no se atreve a decirlo delante de la madre porque lo ve como una falta de fidelidad”, señala. Aunque Avellanosa matiza que la intensidad de la manipulación depende de la edad de los chicos y del tiempo que lleve en marcha el lavado de cerebro. “Los adolescentes son más rebeldes y críticos, pero los niños muy pequeños tienen muy poca capacidad de respuesta y entran absolutamente en la situación de alienación”.

La parte alienadora consigue que sea el propio chico el que no quiera ver al otro progenitor. Se empieza por no querer ir un fin de semana hasta que, finalmente, el niño dice que no quiere saber nada de esa persona. Y todo esto sin que haya una razón objetiva que lo justifique, porque no se trata de padres o madres maltratadores, aunque, según Avellanosa, a veces se aduzcan razones de esta naturaleza que no tienen nada que ver con la realidad. “Hay muchas acusaciones falsas de abusos sexuales o maltratos detrás de estas historias”.

Un duro camino. Los niños sufren mucho mientras están en el camino de la alienación o cuando el lavado de cerebro no consigue convencerlos del todo. Según la psiquiatra infantil María Jesús Mardomingo, del hospital Gregorio Marañón, los pequeños empiezan con síntomas de ansiedad y angustia que derivan en dolores de estómago, cefaleas, náuseas, vómitos o dolores musculares. Luego, cuando dejan de tener conflictos, toman partido por una de las partes y, aparentemente, la situación se normaliza. Hasta que crecen y empiezan a juzgar la realidad con sus propios ojos. “Muchos de estos hijos, cuando llegan a la adolescencia, descubren lo que les han hecho y no perdonan; entonces, el padre alienador se convierte en el enemigo”, dice Mardomingo. Lo peor es la ausencia de matices, el blanco o el negro, tener que estar a favor o en contra de uno de los padres.

A la consulta de Ignacio Avellanosa, quien suele llegar primero a pedir ayuda es el padre víctima de la campaña de difamación. “Yo siempre les pido que traigan al niño, pero a veces no es posible y entonces no puedo hacer nada. Lo ideal es que ambos padres estén de acuerdo en ayudar”. A este psiquiatra muchas veces lo único que le queda es dar consejos al padre difamado para salir lo mejor parado posible. “A veces les digo que mantengan el vínculo con el hijo, llamándole por su cumpleaños, escribiéndole para que de alguna manera el pequeño sepa que su padre siempre va a estar ahí, pero sin invadir el terreno. Otras veces aconsejo que no hagan nada y que esperen a que las cosas sucedan, porque es frecuente que en algún momento el pequeño se dé cuenta de que las cosas no son como se las han contado, y entonces es posible recuperar la relación con el otro padre. Eso a lo mejor va a hacer menos daño que pasar tres años en discusiones y en juicios”, dice este experto, que defiende la custodia compartida como una vía para impedir la manipulación en contra de uno de los padres.

A veces, tras un juicio, el equipo psicosocial adscrito al juzgado recomienda que el pequeño y el padre rechazado empiecen a verse mediante unas “visitas tuteladas” en unos sitios denominados puntos de encuentro. “Cuando el niño no quiere ver a uno de los padres, se les intenta acercar y es frecuente que a los diez o quince minutos estén jugando juntos. El niño se lo pasa bien hasta que llega la hora de que vuelva la madre, entonces se transforma y no vuelve a querer saber nada del padre”, asegura el abogado Gerardo Rodríguez-Acosta, del despacho CMR y experto en casos de alienación parental. El niño entra en un conflicto de lealtades y no quiere quedarse solo. “Son niños que ya han vivido una separación y se han afectado sus sentimientos de confianza, han vivido la guerra de poder entre mamá y papá, y han visto que uno ha perdido y ha desaparecido, y tienen miedo de que a ellos les pase lo mismo”, explica Rodríguez-Acosta. María Jesús Mardomingo cree que los adultos tienen “la obligación moral” de separarse de una manera civilizada por sus hijos: “Si ya van a ser víctimas de una ruptura, por lo menos que no sean el arma de estas guerras”.

Karelia Vázquez
El País, 24/09/2006

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